Aquel mítico gol de Poy a Newell’s motivó al inolvidable
escritor y humorista rosarino (e hincha de Central hasta la médula), Roberto
Fontanarrosa, a escribir un cuento de ficción llamado "19 de diciembre de
1971", fecha que recuerda aquel partido, aquella "Final del
Mundo", en la que Rosario Central venció a "La Lepra" por las semifinales
del Torneo Nacional. El mismo fue publicado en 1982, en el libro "Área 18".
Si bien la historia es de ficción, el partido de fútbol
entre los eternos rivales rosarinos fue real, y se disputó en la cancha de
River, con el resultado final 1
a 0 favorable a Central gracias a la mítica “palomita” de Aldo Pedro Poy, tal como lo describe la mencionada obra del “Negro”.
El cuento humorístico/dramático trata la historia de un
hombre, “el Viejo Casale”, quien jamás en su vida había visto perder a
Rosario Central en un clásico ante Newell's. Ante la importancia del partido de
la semifinal del '71, un grupo de amigos del hijo de Casale decidió invitarlo al estadio para el trascendente encuentro ante el rival de
toda la vida.
Este grupo pensaba que la presencia del Viejo le traería
suerte a Central, debido a su favorable historial ante "La Lepra" (reitero, nunca
lo había visto perder). Al hacerlo, Casale se niega rotundamente y aduce
enfermedades del corazón que le impedían concurrir a la cancha desde hacía más
de dos años. Ante la negativa, los centralistas deciden planear un secuestro y,
de esa manera, llevar engañado a Casale al Monumental.
El cuento describe todo el viaje a Buenos Aires de Casale
con los hinchas de Rosario Central y las escenas más significativas del
partido, incluido el gol de palomita de Aldo Pedro Poy, quizás el más
importante de la historia canalla (o Canaya, como lo inmortalizó el "Negro").
La historia finaliza con la muerte de Casale a causa de un
paro cardíaco (producto de la gran emoción), luego del pitazo final del árbitro
y la victoria por 1 a
0 en el clásico, que le dio el pase a Central a la final del Campeonato
Nacional.
“¡La cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la cara de ese viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo, el día más feliz de su vida, pero lejos lejos, el día más feliz de su vida, porque te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo impresionante!
Y cuando lo vi caerse al suelo como fulminado por un rayo, porque quedó seco el pobre viejo, un poco que todos pensamos; “¡qué importa!” ¡Qué más quería que morir así ese hombre! ¡Esa es la manera de morir para un canalla! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para qué? ¿Para vivir dos o tres años rasposos más, así como estaba viviendo, adentro de un ropero, basureado por la esposa y toda la familia? ¡Más vale morirse así, hermano! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle ganado a la lepra por el resto de los siglos! ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa, hermano! Yo elijo ésa”.
A 5 años de la partida del querido y virtuoso Negro Fontanarrosa, porque no puedo ni quiero despegarme del fútbol, lo imagino, como siempre, en cualquier parte de la estratósfera, creando historias futboleras o, simplemente, gritando un gol de su amado Rosario Central.
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